viernes, 12 de septiembre de 2008

A la ilsa de Coche (o La soledad del pescador)

Un niño con la infancia anclada
con el anzuelo de una vejez prematura
ya mordido,

nos lleva hasta el bote que nos llevará
ayuda a las viejas a subir
aterradas con el mínimo vaivén de borda.

El trance del sonido ensordecedor
del motor,
las caras de frente
ya inmóviles tras los primeros minutos de viaje
rendidas las palabras al ruido
entregadas las mentes de cada uno
a sus pensamientos
o su ausencia.

La esperanza de la madre con su hijo ya verde
de llegar rápido
y la del otro niño,
el que sin camisa y asomos de celulitis infantil
dirige uno de los motores,
de recordar un rostro femenino
que le resulte familiar.

en La Caracola

La mirada perdida
la muchacha de las empanadas de las arepas
no levanta la vista.

Y amasa la masa y toda la empresa familiar
detrás suyo,
el padre saca las cuentas y cobra
cuatro hermanos ponen el ambiente
los perros echados.

Y ella ofrece
buenos días señorita tenemos la' repita
la empanadita los refrescos
y nada que levanta la mirada
y uno la puede mirar todo
lo que dure comiéndose la empanada.

El aceite hirviendo salta
y se confunde con el murmullo del mar
la manteca reverberando aquí y el mar reventando
lejos
como yo que acabo de llegar de no importa dónde
y tantos otros
que de pronto aquí sentados habrán fantaseado
deliberadamente con sus piernas
así
hasta que
el último mordisco
de la empanada
y uno paga
termina de limpiarse, tira el par de servilletas empapadas y se va
y lo único que tiene

seguro es otro abono en la cuota del colesterol .