La atmósfera de un día
en que uno quiere escribir
es densa
e inteligente,
aguarda el momento menos pensado
el lugar del tiempo
sin importar el espacio,
(el primer contacto
de la boca con la taza
en un café del centro)
en que toda la neblina
todas las partículas que sobran en el aire
se condensan
llegan hasta la página en blanco
y la página nunca
está más blanca.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
genial.
Me gusta... me recuerda cada vez uno SÓLO quiere escribir...
tan aleatorio y completamente espasmodico esto de pretender escribir por puro capricho ambiental.
Publicar un comentario